Curiosa adaptación: Pirofilia.
Una adaptación es la resistencia al fuego, llamada pirofilia, y es de esta de la que voy a hablar en esta entrada.
La pirofilia la podemos definir como la resistencia innata de algunas especies vegetales ante un incendio forestal. Los incendios no siempre son provocados por el hombre, hay lugares, como el bosque mediterráneo, donde se producen regularmente originados por tormentas secas con aparato eléctrico hacia finales del verano. Debido a lo seco del clima mediterráneo, el fuego se abre paso entre una vegetación seca y que arde con mucha facilidad.
Ciertas plantas se han visto obligadas a soportar estos incendios e incluso, en algunas zonas de Australia donde también son comunes, han creado una dependencia reproductiva total del fuego, dejando de ser una simple defensa.
Existen diferentes métodos utilizados por algunas plantas para resistir semejante catástrofe.
En los bosque mediterráneos son comunes los alcornoques, sobre todo en bajas latitudes. Son unos árboles robustos, de crecimiento lento y de porte grande. Pertenecen a la familia de los Quercus. Presenta diversas adaptaciones a su hábitat, como hojas espinosas para protegerse de los depredadores, gruesas, pequeñas y cubiertas de una película cerosa para evitar una excesiva deshidratación por ósmosis durante el verano. Pero la más curiosa de sus mejoras genéticas es la presencia de una corteza "esponjosa" e ignífuga, que se regenera con facilidad y que le protege de los incendios, los cuales sólo pueden quemar las ramas más débiles (dependiendo de la intensidad del mismo) y las hojas, permitiendo que posteriormente broten nuevas ramas de los troncos que quedan.
Otras plantas mediterráneas, como algunas bulbosas o tuberculosas pueden "renacer" tras el incendio. Estas plantas no sólo se han adaptado al fuego, también tienen el ciclo de la mayoría de las bulbosas al revés. Las mediterráneas se aletargan en verano para sobrevivir a las tórridas temperaturas y brotan con la llegada de las temperaturas más suaves y las lluvias.
Al otro lado del mundo, en el continente australiano, nos encontramos con una gran cantidad de plantas que no sólo resisten asombrosamente bien los fuegos, sino que dependen de ellos de una forma u otra.
Un árbol sorprendente en este sentido es el eucalipto, autóctono de Australia, lleva tras de sí una larga lista de mala fama y odio. Esto se debe a la capacidad que tiene para eliminar la competencia con sustacias tales como el eucaliptol. Crece muy rápido y en poco tiempo sustituye al bosque autóctono si se introduce en él, ya sea por medios humanos o por su alta capacidad de invasión y dispersión.
En los bosques gallegos, por ejemplo, el eucalipto es casi una plaga, debido a que allí los incendios no son naturales, sino provocados por el hombre, y las plantas que en sus montes habitan no suelen estar muy preparadas al fuego, sin embargo, los eucaliptos allí introducidos sí lo están, y no sólo eso, incluso poseen aceites en las hojas muy inflamables que unidos al lento proceso de descomposición crean al caer, junto con las largas tiras de corteza mudadas, una capa sobre el suelo altamente inflamable, y pronto desplaza al bosque autóctono.
Algunos eucaliptos, como el Eucalyptus globulus, presentan en los ejemplares muy jóvenes unas yemas latentes y sustancias de reserva en unas estructuras llamadas "lignotubérculos", que en caso de un incendio, al estar bajo tierra, propicia una rápida regeneración. Los adultos presentan cortezas semi-ignífuga que, alrededor del tronco y en las ramas más gruesas, permiten la protección de numerosas yemas latentes ante un incendio de grado medio, por lo que el árbol brota con facilidad tras este y recupera en pocos años su copa. Además, sus semillas son muy resistentes al fuego y caen al suelo en masa tras un incendio fuerte.
Hay algunos arbustos cuyas semillas no pueden germinar a menos que "sientan el calor del fuego". Es decir, o hay un incendio o las plantas no nacen, ya sea porque las semillas no se preparan o porque las cápsulas o vainas que las contienen no se abren para dejarlas salir.
Otro caso curioso es el conocido como "árbol del niño negro" o "árbol hierba" (por sus hojas), cuyo nombre científico es: Xanthorrhoeoideae, esta es una planta no considerada árbol ni hierba, más bien tiene un grupo especialmente para él, arborescentes. Esta planta crece pocos milímetros al año, y necesita del fuego para su reproducción, puesto que si no se quema, no florece. El tronco se quema por fuera adquiriendo un color carbón y de ahí le viene el nombre.
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